Cuando creíamos que Shakira había sorprendido a Barranquilla, Bogotá y Medellín, con presentaciones de talla mundial, llegó Maluma para recordarnos que en nuestro país existen un derroche de talento impresionante y un cuarto de hora que tenemos que aprovechar.
El escenario es Colombia y, en esa medida, da gusto ver cada semana conciertos de distintos artistas del mundo que se agotan rápidamente y turistas viniendo de otras partes de América Latina para verlos aquí.
Ya habíamos hablado de la impecable organización del Estéreo Picnic, del cartel que todos los días crece con una lista de figuras internacionales, poniendo a Bogotá en el mapa, pero déjenme detenerme en Juan Luis. Ese es el nombre real de Maluma.
Lo que logró este hombre en Medellín, con más de una decena de invitados, y lo que repitió en la capital colombiana hace unos días, exaltando a figuras como Carlos Vives, Bacilos, Andrés Cepeda, Pipe Bueno o Luis Alfonso y echando para atrás la película del género urbano en Medellín para rendirle un homenaje a J Balvin o invitar a reguetoneros como Ryan Castro, Wolfine o Noriel a estar con él esa noche en El Campín, provocó la sana euforia de un público que no solo tarareaba las canciones que oía, sino que sacaba pecho por el talento nacional; por los artistas colombianos que fueron festejados por un generoso Maluma que los invitó a cantar las canciones de cada uno, sin imponerles una colaboración o ponerlos a interpretar las de él.
Pero además, Maluma le dedicó al menos 7 minutos a un discurso que apelaba al público más joven, para hablar en voz alta, altísima, de los problemas de salud mental que hoy aquejan especialmente a esta generación. Para pedirles que buscaran ayuda cuando atravesaran esos procesos y para contarles abiertamente que él también había transitado por esos umbrales y por eso daba cuenta de lo importante de abordar con seriedad la depresión y la ansiedad.
Me gustó mucho que Maluma también se refiriera a la tiranía de las redes sociales; a las comparaciones permanentes que ahí se hacen; a lo absorbidos que estamos por esas plataformas, para finalizar su mensaje invitándonos a no perdernos de la vida real que no pasa por las redes, sino que, al contrario, está pasando mientras nosotros estamos enchufados a ellas.
Minutos antes de su intervención, en lo que llaman un opening act o acto preliminar, Juan Luis invitó a cantar a dos mujeres, una de Barrancabermeja, Abril, y otra de Bogotá, Juliana, artistas emergentes que merecen toda la visibilidad y que, en efecto, prendieron la fiesta y brillaron con luz propia. La cantera de artistas potenciales que hay en los barrios de nuestros municipios, de jovencitos queriendo grabar una canción, de editores, productores y directores artísticos en formación, amerita una política pública con inversión del Estado para darles apoyo y arrebatárselos a los criminales. Hablen con los jóvenes de Buenaventura, con muchachos de las comunas en Medellín o exponentes del buen baile en el Chocó, y se darán cuenta de que una propuesta atractiva en este campo jamás los dejaría irse a las filas de un grupo delincuencial.
Lo del sábado pasado en El Campín, en fin, nos reta a creer que otro país existe por fuera de las peloteras políticas, de la polarización, de la lucha de clases. Nos demuestra que el escenario es Colombia y que los únicos madrazos que valen por estos días son los de emoción que se echaba Maluma montado en su tarima 360° y no los de los políticos delirantes que degradaron el debate público e insisten en llamarnos a todos ‘h. p.’. Gracias, Maluma, por recordarnos que este país es otra cosa.
JOSÉ MANUEL ACEVEDO