No fui la oveja negra de mi familia. No tuve una adolescencia tormentosa. Fui una joven estudiosa y responsable. Digo esto porque últimamente pareciera que toda historia interesante debe comenzar con una ruptura, un conflicto familiar o, en todo caso, una etapa de rebeldía. En las películas, en las novelas y en la vida real se repite constantemente la fórmula: desobediencia, sufrimiento, superación y éxito. Sin embargo, la mayoría de los personajes rebeldes o disruptivos omiten mencionar que las oportunidades de redención, si las tuvieron, generalmente les llegaron por conexiones familiares y no por sus propios esfuerzos.
Y es que a los que no tuvimos conexiones no nos quedaba fácil ser rebeldes. Mi padre, que adoré, era un artista talentoso, pero, como a la mayoría de los trabajadores de ese gremio, le tocó afrontar muchas dificultades económicas que nos obligaron a esforzarnos para tener oportunidades.
Como consecuencia de lo anterior se pueden imaginar que nunca he estado de acuerdo con la parábola del hijo pródigo ni con la de los obreros de la viña de la Biblia, porque ambas parecen premiar a quienes actuaron con irresponsabilidad. En la primera, se celebra el regreso del hijo que hizo toda clase de tonterías mientras que al hijo que se quedó trabajando no le dan ni las gracias, y en la segunda, quienes trabajaron todo el día recibieron como pago lo mismo que los que llegaron al final de la jornada. Desde una perspectiva de justicia terrenal, estas dos historias me incomodan.
Me cuesta romantizar la rebeldía porque muchas veces no es más que una forma cómoda de destruir lo que otros han construido con esfuerzo. Siempre he pensado que es más fácil romper que edificar, abandonar que sostener, criticar que mejorar. Construir exige paciencia, tiempo, renuncias y una voluntad firme de hacer las cosas bien, incluso cuando nadie aplaude. Destruir, en cambio, puede hacerse en un segundo, con una frase mordaz o una decisión impulsiva. No es necesario rebelarse para demostrar pensamiento propio.
A veces, lo valiente y valioso es respetar lo que otros construyeron antes, para luego, con base sólida, proponer mejoras reales. No se trata de aceptar todo sin cuestionar, sino de entender bien lo que se quiere criticar. Como enseñan algunos buenos profesores: primero hay que dominar una teoría antes de intentar derribarla. Criticar sin conocer es fácil. No todo acto de rebeldía es valiente.
NATALIA TOBÓN